(But my view from the Hollywood Roosevelt makes me feel like I can fly.)
I
Mientras ellos duermen, el perro llora. Se ve que tiene pesadillas. Ellos también. La fiesta terminó y siguen sin poder discernir sueño de realidad. Ellos viven en el sueño. Ellos van muy sigilosos detrás de cada certeza y la transforman en su opuesto. La orgía que nunca parece terminar le cedió algunas horas a ese momento que se conoce como noche. Una noción muy simple para un ser humano. Una trampa demodé para dos que están atrapados en cuerpos de seres humanos. Ellos son el sueño. Ellos modelan al sueño. Ellos sueñan dentro del sueño. Hasta que entra viento por la ventana, y él siente frío. Abre los ojos, se levanta y cierra las persianas. Hace ruido. Al salir de la cama la destapó. Incluso podría haberle roto el sueño. Pareció no notarlo. Regresó a las sábanas y antes de darse tiempo para verla, volvió a quedarse dormido.
II
Mientras ellos duermen, el perro llora. Se ve que tiene pesadillas. De fondo, muy bajo, casi subliminal, la canción dice: she said ‘you don’t know me, and you don’t even care… you don’t know me, and you don’t wear my chains.’ Le soplan infinidad a sus mundos, quizás. Como tener la sensación de que ese sentimiento que acarrean nunca va a terminar, aunque mengüe. Aunque a veces lo olviden, o no lo demuestren, o no quieran expresarlo, o pretendan hacer creer lo contrario, o aún le tengan demasiado respeto, o se crean poco, o lo tapen, o lo eclipsen, o lo empeñen al mejor postor. Como ser la frazada que los cubre del mundo exterior, tal vez. Esa, la que ni bien te tapa te hace sentir bien entregándote todo su calor pero después, a mitad de la noche, a mitad de los sueños, ni te enterás que sigue cubriéndote. Como acostumbrarse a eso. Hasta que alguien te la corre de encima y sentís eso que sabías, con aquella frazada nunca ibas a sentir: frío. Entonces te tapás de nuevo.
III
Los frágiles lloran mientras duermen. Ella se da vuelta y de repente siente la humedad de una lágrima escurriéndose cerca de su pómulo. Pero no es una lágrima suya. Es de él. Abre sus ojos: otra vez hay que enfrentar la insoportable y asquerosa tristeza de verlo llorar. Dolorosamente. Usualmente. Se acomoda, él se mueve como un nene. Se pone cómodo, sigue sin despertar. Ella desearía hacerle un mano a mano al espectro negro que lo hace mierda cada dos por tres. Se da cuenta de que eso es imposible. Ella también tiene uno, y nada de lo que hizo hasta ahora sirvió. Seguramente tampoco nada lo hará. Lo abraza, en silencio. Lo mira como queriendo sacar la última foto de la noche obturando con sus propios ojos, imprimiéndola en el camino que va desde su retina hasta su memoria. Su memoria selectiva. Aquel santuario privado de imágenes que ha ido recolectando para sólo documentarlas dentro de sí. Para no compartirlas jamás con nadie. Para nunca perderlas. Para nunca olvidarlas. Levanta los ojos: ve cómo se mueve la cortina con el viento. No hizo falta que se levantara: él ya había cerrado la ventana. Se inclinó, quiso besarlo. Prefirió hacer otra cosa. Y se llevó a la lágrima con ella.
IV
Los vecinos no lloran mientras duermen, ni tampoco tienen perro. El respaldo de la cama les da justo contra la habitación de ellos, los que lloran mientras duermen. Sin embargo los vecinos no duermen, porque los escuchan llorar.
“Oh, George, ve a decirles que ya no lo hagan.”
“Mary Prudence…”
“Mary Prudence, tú nunca me dejarás caer, no es así, querida? Y el día que así lo hagas, será para dejarme caer en tus brazos, oh, Mary.”
“George…”
“Oh, Mary Prudence, ve y diles que ya no lo hagan.”
“George…”
“Georgie, si alguna vez comenzara a resbalar, tú me sostendrías con el escenario de tus manos, oh, George.”
“Mary Prudence…”
Y los dos, piensan - Maybe someday I can learn to trust you, and just stop thinking with my head... Mary Prudence agarra el tejido y se hace la boluda. George el Olé que hacía de soporte para la pata chueca de la mesa de luz. Resulta que ese diario es de hace 3 semanas. Pero lo lee igual. Y de a ratos se sonríen en la cama. Y se agarran de las manos - sólo para volverlas a soltar. Es evidente que la mesa de luz ya no está derecha. La luz amarillenta del velador forma ángulos extraños en los vértices de la habitación. Ninguno de los dos parece notarlo. Siguen con ganas de pedirles que ya no lo hagan.
V
Los otros no son ni ella ni él, pero tampoco son los vecinos. Los otros, los de emocionalidad standard, estabilidad permanente a toda costa o armonía en pleno balance no lloran mientras duermen. Sus perros tampoco. Bueno; sus perros sí, pero a escondidas de sus dueños. Los otros, los de emocionalidad standard sólo duermen. Pero no sueñan. No saben qué soñar. No saben cómo hacerlo. Ellos sólo sonríen con desánimo y hasta lástima ante las lágrimas de los frágiles que lloran (en) sus sueños. Ellos son los que les acarician la cabeza y les dicen que ya va a pasar. Pero ellos no estuvieron ahí, en los pasos recorridos. Ellos no se vieron desnudos hasta que se supieron desvestidos, despojados de toda atadura que los retuviera entre sus cuatro paredes. A ellos nadie los tomó de la mano, nadie los llevó a perderse en la tierra y en el pasto vírgenes donde las ideas preestablecidas desaparecen con sólo respirar. Ellos nunca soplaron infinidad en ningún mundo. Ni jamás han pensado que ese sentimiento que acarrean no va a terminar nunca aunque mengüe. Aunque a veces lo olviden, o no lo demuestren, o no quieran expresarlo, o pretendan hacer creer lo contrario, o aún le tengan demasiado respeto, o se crean poco, o lo tapen, o lo eclipsen, o lo empeñen al mejor postor. Ellos jamás lograron emular ser la frazada que los cubra del mundo exterior.
VI
Mientras ellos duermen, el perro llora. Se ve que tiene pesadillas. Ellos también. O quizás sueñan también, siendo la frazada que los cubre del mundo exterior. Aunque no. Aunque sí. Soplan infinidad en sus mundos.
(Otra vez, Julieta.
Over and over again.
Loop, nena.
Es preciso, tenés que recordar, buscar adentro tuyo, rescatar; es decir, tenés que recuperar – qué es eso que hay en vos, que nadie más tiene. Qué es eso que das, que nadie más puede dar. Qué es eso que tenés, que en nadie más se puede encontrar…)