80 años, ya es una mujer mayor ahora… se sienta en el porch y mira cómo se van las nubes arriba en el cielo… le recuerdan a su amor, a cómo la quiso y a cómo la dejo, ya muchos años atrás cuando ella todavía utilizaba muy cuidadosamente el color para finalizar su retrato inicializado miles de veces. Su cara miles de veces. O tal vez sólo su sonrisa…
Y ella y sus pátinas lo seguirían, a dónde quiera que él fuera…
Eran pintores, y se habían pintado un mundo maravilloso.
Viejas guardas de margaritas cubrían las paredes de las habitaciones. Viejos retratos que él había pintado sobre ella, colocando las gamas rosadas en las cavidades de sus manos. Él le decía: “Te quiero, más alto que las montañas, más magnificente que los rayos del sol… más puro que la tarde…” El quería darle todo lo que fuera casi tan hermoso como ella sólo porque eran pintores y se estaban regalando un mundo hermoso.
De a ratos se sentaban en el porch y hacían bosquejos de su amor para guardar y suplir de algún modo el paso del tiempo. Quizás sólo buscaban hacer de su amor un arte por el cual fuera digno vivir. Pintaron cada pasión, cada hogar; crearon un halo de gracia en cada persona que cruzara su camino. En invierno se dedicaban a generar calor. En verano, otoño y primavera descansaban y vivían. Creían que el azul era un tono que evocaba la soledad y decidieron cubrirlo de amarillo, generar la esperanza. Patinar en verde… después de todo era su arte, y nadie podía criticarlos por pintarse a sí mismos un mundo maravilloso.
Hasta que un día la lluvia comenzó a caer finísima como óleo negro. Sin saber por qué, sin pruebas, ella comenzó a sentir que algo estaba mal. Comenzó a correr por los pasillos de la casa encantada gritándole a Dios que no se lo llevara pero para el tiempo que le costó llegar a la habitación, comenzó a sentir que él ya había iniciado su viaje. Se reclinó a su lado y dejó entre sus manos las mismas acuarelas de rosa cálido que él había reservado tiempo atrás para hablar de ella. Rezó para que no la dejara, para que no se fuera y se convirtiera sólo en una sombra vagabunda entre fríos retratos y pinturas que sólo comenzarían a servir para recordarlo. Él le dijo: “Amor, me voy, pero es sólo por un pequeño lapso en la razón de este infinito tiempo, tratá de entender. Puse mi alma en esta vida hermosa que creamos con tan sólo cuatro manos.”
“Amor, me voy, pero es sólo momentáneo, el mundo que creamos se encargará de mí. Mi cuerpo estará ausente pero los cuadros que nos pintamos cobrarán vida…”
Muchas estaciones vinieron y muchas también se fueron. Muchas veces ella logró ver la cara de su amor entre las paredes de la vieja casa, ya vacía. Parecía que él reía con ella en sus mismos lugares, cómo todavía lograba calmarla cada vez que rompía a llorar… después de todo seguían siendo pintores y, a pesar de todo, aún se pintaban un mundo maravilloso.
80 años, una señora mayor ahora...
Se sienta en el porch y mira cómo se van las nubes arriba en el cielo… le recuerdan a su amor, a cómo la quiso y a cómo la dejo, ya muchos años atrás, cuando ella todavía utilizaba muy cuidadosamente el color para finalizar su retrato inicializado miles de veces. Su cara miles de veces. O tal vez sólo su sonrisa…
Y sus pátinas todavía lo siguen a dónde quiera que él vaya.
Porque son pintores y se están pintando
Un mundo maravilloso.
(Pendejo inmenso, hace una semana ya que me salió este texto mientras hablabamos y sigo sin encontrarle sentido de ser, pero me gusta... Algo de vos (o en vos) me hizo escribirlo... en fín, estimo que sería una especie de regalo.)
lo que faltaba:
so fuckin' Shaggy...
El Perro Scooby.