El destino nos contaminará, será justo cuando los soles sean los humos y los humos los horizontes. Y van a teñir todo a su paso. Van a tomar las avenidas y las van a llenar de panfletos y señales que ya no entenderemos, sólo caminaremos mientras que otros se subirán a sus autos y seguirán de largo, como destinados al destino y a lo absurdo de los caminos en línea recta.
Pero será injusto reclamarse el no haber escuchado los jirones de tela caer, o las alarmas de las casas sonar, o las llamas saliendo de las duchas, marcando los poros, tatuándonos la piel. Y serán entonces las esquinas del olvido las que nos digan dónde doblar, fervientes y llamativas, escondidas y valientes, fugaces en su persistencia. Y miraremos sobre los hombros como quien teme ver más allá de lo que le permite la visual.
Y siempre nos despertaremos desesperados ante la rutina de la adultez que alguna vez llegó en silencio y bajaremos las escaleras para ir allá afuera, en donde la marea de gente te da forma y te lleva a donde no querés llegar. Y con el café de la mañana vamos a leer las noticias que seguirán imprimiéndose en los diarios. Las promesas de algún cambio, algún plan para sanear un futuro que será presente e inevitable.
Una vez más llegaremos para darle de comer a los perros de la casa, pagar los impuestos y depositarnos enfrente del televisor. Preguntaremos cuándo vence la luz y si será el servicio de teléfono o el cartero la razón por la que siempre llega la factura de Telefónica vencida. Nos vamos a entregar a la vorágine de una tarde soleada encerrados en un shopping con dinero de plástico. Y vamos a ver qué tan mal le va a nuestros hijos en el colegio y, por supuesto, nos va a llegar el rumor de que la hija de la vecina quedó embarazada a los 16. Nos vamos a quejar de que el boliche que nos abrieron a media cuadra de casa no nos deja dormir de noche y de que los pendejos dejan la vereda hecha un desastre con latas alargadas de las bebidas del momento y forros usados disecándose en las baldosas. No vamos a saber qué contestarle a nuestros hijos cuando nos pregunten qué mierda es eso por lo que vamos a recurrir una vez más al viejo "cuando un papá y una mamá se aman mucho, piden un deseo."
Vamos a quejarnos de que la moda de estos días es un despropósito para los estándares de belleza y de que las publicidades de perfumes siguen sin entenderse por más conceptos que acarreen. Nos vamos a estremecer cuando aparezca algún chico flotando en algún arroyo y vamos a abrir el garage todas las mañanas rezando de que no se nos meta un tipo armado que saque de la galera una masacre en tiempo record en nuestro propio domicilio. Volver a terapia o no, ahora que tenemos un psicólogo en nuestra cama, la rutina, la plata, los hijos, la actualidad que se repite como si ya no nos la supiéramos de memoria. Pasados los 30, las actividades de adulto, el changuito mensual lleno de cosas en el súper y el chico que viene a cortarnos el pasto porque el marido no tiene tiempo y el nene se la pasa con la guitarra y esas amistades que cambian cada quince días. Y Boca y River que van a seguir degradándose en afiches, y San Lorenzo que sigue dando dolores de cabeza, y el de Racing que duerme al lado mío con el Olé bajo la almohada que no para de sufrir.
Los de Catupecu Machu van a hacer un show al que no vamos a ir porque todos los de nuestra generación ya nos habrán ganado en las boleterías, y nos tendremos que bancar las muertes de los Spinetta, de los Tyler, de los Vedder, de los Jagger, de los Gallagher… todo por haber nacido en los 80 y ser testigos del ocaso que le sigue a todo apogeo, y otra vez los hijos van a venir y te van a mirar los ojos llenos de ayer y te van a preguntar “éste te gustaba, no?” – y no nos va a quedar otra que tratar de descifrar qué demonios es lo que les gusta a ellos, qué cosas los inspiran de este mundo vacuo y superficial, en qué encuentran certeza, en quién se refugian, a qué aspiran - como cuando recién habían nacido y la única puja era hacerlos de San Lorenzo en vez de Racing (O de Racing en vez de San Lorenzo.)
Pero mientras tanto los cromosomas seguirán jugando de noche a que son invulnerables a las estaciones y nos descifrarán los deseos que osemos acumular. Las ganancias las pondremos sobre la cama mientras los efectos especiales que vimos en las pantallas el año pasado ya nos empiezan a parecer meros artilugios para llamarnos la atención.
Y nos vamos a morir tantas veces en plena vida sólo para llevarnos los aromas de las mañanas que nos arriman hasta los bordes del sol. Vamos a coger tantas veces para asegurarnos de que al morir del todo nos vamos a llevar en los poros una parte de los enigmas de piel que van a quedar vivos extrañándonos en casa. Y temporalmente vamos a decir que es “sólo un juego” aunque no lo sea sólo para no perder la chance de empezar todo una vez más. Y una vez más a pesar de las esquinas del olvido y las señales que ya no entenderemos seguiremos siendo los que alguna vez elegimos elegirnos. Pero cuando nos pregunten diremos que sabíamos que el destino nos iba a contaminar, por más hermosa que sea nuestra casa o deliciosas nuestras cenas. O cálidas las Navidades en familia o entretenidos los sábados por la noche. Ante la mirada atenta de los extras diremos que sí, que somos una mancha del destino o un tatuaje de rutina. Incluso quizás algún día hasta dejemos de usar las alianzas por miedo a algún robo inesperado, pero de todos modos nos iremos a dormir, no sin antes tener sexo, y sabremos en lo profundo, que sólo nosotros sabemos que eso no es tan así.
I just loved it.